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Mis días en el Basilisco

Basado en el relato ora de Jorge Tirner

Esteban Álvarez al teléfono. Me avisa que fui seleccionado para la residencia. Dura algo así como dos meses. Dudo. En un segundo todo lo que tengo de cotidiano está en mi mente: novia, trabajo, casa. Le digo que me de 48 hs para responder. Llamo a Jess, llamo al pelado y en realidad no importa a cuanta gente más llame es una decisión personal. Pienso. Trabajo seguro, con sueldo seguro, mes a mes. Las cosas en la balanza no tienen equilibrio. Nunca pensé en ser artista, pero hace unos años me metí en este baile… a bailar entonces.  Dejo trabajo, casa y una novia en ella. Me voy a probar y a probarme. ¿Qué puede suceder dos meses y monedas lejos de mi pequeño y aglomerado mundo? Conocer más de mi obra, conocer gente o lo que sea, de todas formas eso está por verse. A más de mil kilómetros de distancia de lo perfectamente conocido las líneas se desdibujan.
 
Comparto mi estancia en el Basilisco con una boliviana y un chileno. La casa tiene muchos compartimientos y la comunicación con la calle es un interminable pasillo. Entre el ruido de los coches y las habitaciones hay un patio interno, con una pelopincho llena. La escalera caracol que me lleva al segundo piso está hermosamente decorada por una ventana de vidrios coloridos. O no tan coloridos, no importa. Los pocos colores dan la sensación de muchos. Mi habitación es justa y necesaria. La amplitud de la casa permite que cada uno tenga su propio espacio. Inclusive en la alacena de la cocina.
 
Vine con una idea de trabajo, que no deja de ser continua a lo que ya estaba haciendo. Mismo elemento para la construcción de mi obra. Las banditas elásticas me permiten jugar con el paso del tiempo. La obra continua un proceso en el que ya no interviene mi mano. Se transforman en una nueva obra. Las banditas tienen esa propiedad, con la influencia del contexto cambian. Se dilatan, se contraen, se cortan. En la mayoría de los casos queda en la obra la señal de que algo estuvo y a los pies de ella una ensalada de rulos de goma. En el tránsito de los pequeños objetos comprimidos a los de dimensiones superiores (como la bicicleta o el carro de supermercado) el proceso en el Basilisco es un punto medio. El punto donde se fusionan ambos extremos. La obra pensada y planificada en un momento se choco con el azar: el televisor Noblex rojo. No era lo que tenia en mente pero lo vi y la asociación fue inmediata “la ex noblex”. Término que se usa en Resistencia para identificar el edificio donde, hace más o menos dos años, funciona el Ministerio de Educación. Con las latas de pinturas fue un poco distinto. La curiosidad mato al gato y a mí las latas. Después de algunas pruebas el producto fue la explosión de los colores primarios y el registro visual de la paciente y lenta transformación del objeto.
 
Aunque todo parezca predeterminado no lo es. Jugué y mucho. Con latas encerradas, rieles de fósforos, pintura prensada y unos cuantos dibujos. La construcción de tantas cosas simultáneamente permite la constante focalización en el trabajo. Compartir el espacio con desconocidos, que después no lo son, refuerza el carácter de uno. Las innumerables visitas a exposiciones generan un nuevo conocimiento. Y cuando te das cuenta los dos meses y algo se pasaron volando. Alto, bajo, a una altura considerable, como sea. Las conclusiones de la experiencia es lo que queda.
 
2008
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